MIGUEL BOTERO
Se me ocurren formas mil veces más contundentes a la hora de empezar. Por ejemplo, esta: desde que Piragua murió, hace como dos años, no lo había vuelto a ver hasta anoche. La verdad, eso sí que tiene gancho. No es por atribuirme méritos a mí mismo, pero es un inicio impresionante. De tramador profesional. De calculador absoluto y frío. De esos que embaucan hasta a la mamá. Tampoco hace falta analizarlo, pero contiene un enigma que desvelaría al más escéptico. Todo ese rollo de los muertos. Y para completar no tiene ni media sílaba de invento. Es sincero, que es a lo que muchos aspiran. Aunque, claro, también se puede embaucar con la verdad. No es ningún problema.
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Esta es una historia a dos voces que, desde Medellín y Bogotá, crea una visión al tiempo brutal y tierna, borracha y lúcida sobre la juventud, la amistad, las drogas y la Colombia de la primera década de los 2000. Como una trenza, ambos relatos se anudan, se sueltan y se vuelven a encontrar para contar los últimos días de Piragua y lo que esa ausencia estalla en el mundo interior de Polas, quien no alcanza a resolver cómo puede seguir viendo a Piragua en las mismas calles que hace unos meses lo despidieron.
Miguel Botero García
Bogotá, 1977. Escritor antioqueño. Un jurado compuesto por Rosa Beltrán, Darío Jaramillo, Noé Jitrik, Leonardo Padura y Sergio Ramírez, le concedió por unanimidad en 2016 el premio Spiwak a Sueño blanco, su primera novela, publicada por Siglo XXI en México. Piragua es su segunda novela.